- Robert Treviño lidera la interpretación de esta inmensa partitura en la que participarán dos orquestas, cuatro formaciones corales y ocho solistas vocales.
- La primera y única vez que se había programado en Quincena Musical la Sinfonía n.º 8 de Mahler fue en la edición de 2005.
Los conciertos sinfónico-corales de gran formato son una de las señas de identidad de la Quincena Musical de San Sebastián. Tras dos ediciones de las que estuvieron ausentes por la pandemia, el pasado verano el festival retomó la tradición al programar la Sinfonía n.º 3 de Mahler en una versión que reunió a la Joven Orquesta de Euskal Herria (EGO) y la Joven Orquesta de Canarias (JOCAN), el Orfeón Donostiarra y el Orfeoi Gazte. Y este viernes 18 de agosto (20:00 horas), la Quincena acoge la interpretación de una de las partituras más inmensas del repertorio, surgida asimismo de la imaginación de Mahler: la Sinfonía n.º 8, apodada “De los mil” por la gran cantidad de recursos humanos que requiere su interpretación; 400 músicos se reunirán sobre el escenario del Auditorio Kursaal para abordar esta creación titánica: unirán sus fuerzas dos orquestas de la tierra (Euskadiko Orkestra y Orquesta Sinfónica de Navarra), cuatro coros (Orfeón Donostiarra, Orfeón Pamplones, Easo Eskolania y Easo Gazte Abesbatza) y ocho solistas vocales, todos ellos bajo la dirección de Robert Treviño.
La primera y única vez que la enorme Sinfonía de los mil se ha interpretado en la Quincena Musical fue en 2005, como coronación de un ciclo completo de las sinfonías Mahler que el festival programó entre 1998 y 2005. En aquella ocasión, y bajo la batuta de Víctor Pablo Pérez, se reunieron la Orquesta Sinfónica de Galicia, la Joven Orquesta de Galicia, el Orfeón Donostiarra, la Coral Andra Mari y la Escolanía Easo, además de los ocho solistas que exige la partitura mahleriana. El estreno absoluto de la Sinfonía n.º 8 tuvo lugar el 12 de septiembre de 1910 en Múnich, bajo la dirección del propio Mahler, con coros procedentes de esa ciudad, Viena y Leipzig. Gran parte de la intelectualidad de Europa Central acudió a Múnich para asistir al que prometía ser un acontecimiento histórico; entre los asistentes, Richard Strauss o Stefan Zweig y Thomas Mann. Sería el último gran hito de la carrera del compositor, que falleció ocho meses más tarde. Según el programa de mano del estreno, la primera audición de la obra empleó 858 cantantes y 171 instrumentistas, entre los que se contaban 84 cuerdas, 6 arpas, 22 instrumentos de viento madera y 17 de viento metal, además de varios músicos adicionales que tocaban fuera del escenario. Sin embargo, a pesar del enorme orgánico requerido, fue la sinfonía que más velozmente compuso Mahler; en un impulso creador, escribió esta apoteosis musical de 90 minutos en apenas 10 semanas del verano de 1906, “como si estuviera enfebrecido”, según recordaba su esposa, Alma. Solo hizo algunos retoques a la orquestación en invierno.
La Sinfonía n.º 8 se divide en dos partes tan diferenciadas que, a menudo, se dice de ella que son dos sinfonías en una; y cada una de esas partes se construye a partir de un texto literario, el primero en latín y el segundo en alemán. La primera sección se basa en el antiguo himno de Pentecostés, Veni Creator Spiritus, que comienza así: “Ven, espíritu creador, habita en nuestra mente; llena de gracia divina los corazones de tus siervos”. Aunque se trata de un texto de origen religioso, la interpretación que hace Mahler del mismo no encaja del todo con los cánones de la música sacra y parece decantarse más bien por una visión artística y humanística. Para la segunda mitad de la sinfonía, Mahler recurrió al famoso drama épico en verso Fausto, de Goethe. Sin embargo, no escogió la famosa escena en la que Fausto vende su alma al diablo a cambio de juventud y amor, sino la que tiene lugar décadas después, cuando las desventuras terrenales de Fausto llegan a su fin y el diablo aparece para apoderarse de su presa. De esta forma, reuniendo en una misma partitura lo sacro y lo profano, Mahler pareció querer llevar hasta sus últimas consecuencias su ideal de que una sinfonía debe reflejar el universo entero. Tal y como le confesó a un amigo en relación a la Sinfonía n.º 8: “Imagina que todo el universo estalla en una canción. Ya no escuchamos voces humanas, sino las de los planetas y soles dando vueltas en sus órbitas”.
La Euskadiko Orkestra, que siempre ha estado presente en la programación de la Quincena Musical desde que fue creada en 1982, este año está presente en el festival con este proyecto de gran ambición en el que compartirá responsabilidades con la Orquesta Sinfónica de Navarra, que regresa a la programación de la Quincena tras varias décadas desde su última actuación en el festival. En el apartado coral, a ambas orquestas se les sumarán cuatro coros: el Orfeón Donostiarra y el Orfeón Pamplonés, y dos formaciones de jóvenes, la Easo Eskolania (voces blancas masculinas infantiles), y el Easo Gazte Abesbatza (chicas de entre 13 y 19 años); todos asiduos en el festival. Para completar el apartado vocal, la Quincena Musical ha invitado a ocho cantes de renombre internacional para abordar las exigentes partes solistas de la partitura de Mahler: las sopranos Sarah Wegener, Mojca Erdmann y Miren Urbieta-Vega, las mezzosopranos Justina Gringyte y Claudia Huckle, el tenor Aj Glueckert, el barítono José Antonio López barítono y el bajo Mikhail Petrenko. Liderando este gran equipo humano estará Robert Treviño, director titular de la Euskadiko Orkestra. A Treviño lo conocemos aquí sobre todo por su faceta de director de música sinfónica, pero es también un magnífico concertador de oratorio y ópera, como lo prueba el hecho de que su salto a la palestra internacional se produjese en 2013 tras dirigir Don Carlo de Verdi en el Teatro Bolshoi de Moscú, una actuación por la que fue nominado al premio Golden Mask. Además de su compromiso con la orquesta vasca, Treviño es director principal invitado de la Orquesta Sinfónica Nacional de la Rai.